miércoles, 2 de febrero de 2011

Churchill, Jorge VI, los medios y las bombas nazis sobre Buckingham por la gracia de Dios

El esfuerzo de bombardeo de la Luftwaffe al comienzo de la Batalla de Inglaterra se concentraba en las zonas vitales de la actividad bélica de Gran Bretaña: los puertos, los almacenes y las fábricas. Aún no había comenzado el bombardeo terrorista indiscriminado de la Luftwaffe sobre viviendas civiles que sería repetido con creces por los aliados en Alemania y Japón. 

Desde los barrios elegantes de Chelsea, Knightsbridge, May fair y Westminster se escuchaba el ruido sordo de las bombas, se veía el humo, pero no llegaba ni el calor del fuego ni los gritos de desesperación y dolor.

En el East End, en los barrios de Stepney, Wapping, Canning Town y West Ham, donde estaban las fábricas y los almacenes, vivían los pobres de Londres.

Hijos y nietos de la Revolución Industrial, descendientes de las familias obreras que vivían en pésimas condiciones de vivienda y soportando la semiesclavitud del trabajo industrial en la "siniestras negras fábricas" de Canning Town de las que hablaba William Blake, viviendo en las mismas casas y con condiciones laborales no mucho mejores, veían sus casas arder como antorchas tras los bombardeos.

Nadie había considerado para esta gente refugio alguno. Para colmo, sus sufrimientos no eran conocidos por nadie. La censura no dejaba informar donde habían caído las bombas, ni el daño que habían hecho, incluyendo el número de muertos.

Phil Piratin, consejero comunista del barrio de Stepney, encabezó una multitud que ocupó las galerías del Metro, práctica que luego se generalizó incluyendo a la clase media cuando las bombas empezaron a caer en todas partes.

Phil Piratin en un discurso puso en evidencia los motivos de furia que iban creciendo en el East End: 

"Nuestra gente está muriendo como ratas aquí en Stepney. ¿Y por qué? Porque los jefes Tory nos negaron el dinero necesario para construir refugios profundos para nuestra protección. Mientras nos arrastramos a los gallineros sobrantes que ellos llaman refugios, que ni siquiera protegerían a un gallo de la lluvia, en el oeste, los amigos ricos del gobierno y sus novias duermen calentitos en camas dobles, dos por compartimento, en sus propios refugios antiaéreros subterráneos. Compañeros: ¡Ya va siendo hora de hacernos con el control"

Embarcados en el plan mundial que dictaba Moscú, en ese momento aliada de Alemania, los comunistas ingleses, al igual que los franceses, consideraban la guerra una pelea entre capitalistas, la cual no merecía consideraciones patrióticas. La lucha de clases seguía bajo las bombas.

Una tarde Phil Piratin y una columna del East End compuesta por militantes, entre los que había mujeres embarazadas, niños y ancianos copó el hall del Hotel Savoy, que disponía para sus huéspedes y para los distinguidos clientes de su fiestas y bailes de cómodos refugios antiaéreos.

 
Al grito de "Sorprendamos al Arzobispo de Canterbury con su novia" los militantes ocuparon los salones. Los empleados del hotel llamaron a la policía que se negó a echarlos. Según ellos el Savoy debía darles servicio, por lo que un gerente, rápido de reflejos, empezó a servirles el té. 

Junto al hecho que aún no era de noche y difícilmente podrían encontrar a alquien en el refugio, esta maniobra dejó descolocado a Piratin, quien se llevó la gente de vuelta al East End.

Todo esto fue censurado pero por tratarse del Savoy trascendió de todas maneras. Alertado muchas veces por sus consejeros sobre el inminente estallido social del East End, Churchill encontró una salida. La misma semana, por un error de navegación, un avión alemán había soltado las bombas sobre el Palacio de Buckingham, salvándose la familia real por un pelo.

Churchill consideró el hecho una bendición de Dios y levantó de inmediato la censura impuesta a esa noticia la cual fue titular en todos los diarios al otro día:

Con esto Churchill les demostraba a los del East End que el peso de los bombardeos caía sobre todos en Londres, incluso sobre la familia real.

Para el momento del ataque alemán a la Unión Soviética, Churchill les encontró una ocupación feliz a los díscolos comunistas del East End, fabricar armas para ayudar a Stalin, lo que hicieron gustosos:

Para cuando Inglaterra mandó la flota a Malvinas la Thatcher enfrentaba la desocupación por el desmantelamiento de la industria pesada inglesa que había ayudado con la mano de obra de los pobres a vencer a Hitler. 

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