Nápoles es una ciudad sufrida. Fue invadida por cuanto imperio anduvo por allí. Su drama más reciente, durante la Segunda Guerra Mundial, fue ser el aguantadero de tropas de varias naciones aliadas para las campañas de Italia y el desembarco en la Costa Azul. La ciudad soportó el asedio de miles de soldados, muchos de ellos de las campañas de África del Norte, dispuestos a tener sexo con todo lo que se moviera. Mucha carne de horca de cárceles de EEUU paseaban armados por sus calles.
La población napolitana estaba a merced de cientos de unidades distintas que reportaban a distintos jefes y algunas que no respondían a nadie. Ellos traían los que los napolitanos necesitaban, raciones de comida, cigarrillos, monedas de cambio para una de las propagaciones de enfermedades venéreas más graves de la sanidad mundial. No fue una invasión de tribus bárbaras, fue pura cultura occidental anglosajona y francesa lo que les cayó encima, adornado de tropas coloniales marroquíes, argelinas, hindúes y senegalesas.
Hoy en Italia se escucha en los medios tantas palabras en idioma inglés que da idea que la campaña de EEUU e Inglaterra en Italia no terminó en 1945. Hoy les toca una en ciertos aspectos más leve que esos años tan oscuros, pero no por eso menos letal. El verano europeo está calentando el detritus, de allí cualquier peste.
Pero podría ser peor, si Franco Macri no emigraba a la Argentina, su hijo Mauricio tal vez sería alcalde de Nápoles y ahí sí que estaría sucia en serio y veinte veces más endeudada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario