Era un caluroso verano de 1827 el que achicharraba a las fuerzas argentinas que avanzaban hacia Brasil. La marcha hacia Río Grande estuvo llena de penurias. Faltó agua, tabaco, yerba, aguardiente y comida decente. Ni sal quedaba. Se mascaba carne tiesa. Menos Alvear.
El que algunos consideran el hermanastro blanco de San Martín, llevaba consigo a un cocinero francés, Casanovert, que le preparaba manjares regados con los mejores vinos. No se puede dejar de comparar con un San Martín enviciado de láudano por tener que calmar el dolor de sus heridas, pasando penurias cruzando los Andes.
Ese contraste les era encandilante para lo mejor de la oficialidad argentina que acompañaba a Alvear y que había hecho la campaña libertadora de San Martín e incluso algunos a las órdenes después de Bolívar. No le encontraban gloria por ninguna parte a este general sin victorias que se había rodeado de una escenografía napoleónica en forma prematura. Más lo notaba el Coronel Brandsen, un francés hijo de holandeses que había peleado en el ejército de Bonaparte.
Los oficiales sanmartinianos eran vistos como una secta, un club privado al que no se podía entrar sin mostrar los pergaminos de lucha y sacrificio, de coraje y ferocidad de los cuales habían sido testigos unos de otros Olazábal, Lavalle, Olavarría, Pacheco, Brandsen. Salvo hombres como José María Paz, que habían hecho la no menos dura campaña de la independencia con Belgrano y se lo respetaba como par aún fuera del clan que produce la vivencias comunes.
Alvear sabía de su posición en desventaja para mandar a esos hombres, que arrastraban además, excepto Lavalle, el efecto de la vida de largas campañas, el gusto por el alcohol. Hombres duros que no se callaban la boca. Al punto que Alvear luego de escuchar la crítica de Lavalle a su estrategia planteada para la batalla por venir, lo expulsa de ejército y lo envía a Buenos Aires.
Para el resto Lavalle, aún con sus defectos, era la personificación del coraje, del oportunismo táctico, el león de Río Bamba. Un hombre que se lanzaba a la carga haciendo que el clarín toque a degüello, una notas españolas, que a los oídos de los infantes significaba que serían muertos por sables descontrolados de furia. Era una carga de enormes caballos con jinetes mandados por la parca. Era la muerte misma hecha tropel. A todo eso Alvear mandaba a Buenos Aires pronto a ocurrir la batalla donde se enfrentarían al ejército imperial brasileño que incluía a 2.000 mercenarios austro prusianos con gran experiencia militar al mando del Marqués de Barbacena.
El disgusto era grande entre toda la oficialidad y también lo era en el gobierno. Alvear sintió la presión y mandó a buscarlo, pero no dejó de emplear la pobre e insegura táctica elegida para mandar a los que cruzaron los Andes con San Martín: dividirlos para reinarlos. Lo confiesa el artillero Iriarte, cuando sin ser amigo de Lavalle escribió en sus memorias que más de una vez Alvear había tratado de ponerlo en contra de Lavalle, pero el mismo Iriarte admitía que ellos eran lo mejor del ejército argentino.
En ese estado de cosas fueron a la que sería la mayor batalla librada en suelo brasileño, el 20 de febrero de 1827. La ganaron, pero no gracias a Alvear. La victoria fue producto de las decisiones tácticas de los coroneles ya en el medio de una refriega mal encarada.
Mientras Alvear cancelaba su primera elección del lugar para librar la batalla, disposición que contaba con el apoyo de los oficiales, y movía a otro lugar el ejército los brasileños al mando de Abreu comenzaban su avance. Sólo esto salvó el conato de rebelión que se estaba gestando al ver las actitudes peligrosas para todos de Alvear.
Ese avance es frenado por Lavalleja y Olavarría hasta que Iriarte pudiera instalar su artillería, la que a lo largo de la batalla causó enormes daños a los brasileños. Entre los mejores oficiales de Iriarte estaba Chilavert.
Los 2.000 austro prusianos formaban un bloque de infantería aguerrido y letal. Dos cargas de caballería de Brandsen y Paz habían detenido su avance e incluso los hizo retroceder hasta detrás de un cañadón de un río seco, trampa mortal para una próxima carga de caballería.
Brandsen encara a Alvear al respecto pero este lo corre por donde corren los zorros: "Cuando Napoleón daba una orden no se lo desobedecía" Esto fue una tremenda tocada de huevos para Brandsen, que traía cuatro heridas de las guerras napoleónicas. No todos los oficiales desbandados de Napoleón que contactó en Europa y trajo Rivadavia eran como Rauch.
Ejemplo de cañadón seco hoy en el lugar
O le partía la cabeza de un sablazo a Alvear o Brandsen se subía al caballo y cargaba con todo ese enojo contra el enemigo lo que sabía una carga suicida. Eso hizo, quedando en el cañadón su cuerpo antes siquiera de poder dar un sablazo. También quedó allí el hermano menor de Lavalle, Ignacio, un joven oficial estimado por todos.
José María Paz, quien había recibido de Alvear el mismo trato que Brandsen, cerca estuvo de terminar como él. Cargó como un loco contra la caballería al mando de Calado a la que puso en fuga, pero al perseguirla recibió la fusilería de la infantería que diezmó sus jinetes en un 50%.
La muerte de Brandsen causó gran dolor en los oficiales. El encono contra Alvear llegaba al clímax. Habían sido testigos de la discusión que terminó con Brandsen cargando contra el enemigo. Su muerte inútil calaba en los corazones, pero la batalla continuaba y estaba en un punto crítico. ¿Qué hubiera pasado si Mariano Necochea no quedaba retenido en Buenos Aires por orden de Rivadavia? Alvear no contaba el cuento, Necochea hubiera dado un golpe de mando mucho antes.
Es mi especulación que descansa en acciones como la liberación de Bouchard prisionero custodiado por royal marines de Cochrane en una fragata en la campaña del Perú. Necochea juntó unos granaderos copando el barco a los gritos y armados hasta los dientes, neutralizando a los guardias y poniendo a Bouchard a salvo. Fue una operación inconsulta, inspirada en la enorme injusticia que se cometía contra el corsario francés, al que Cochrane le había arrebatado los botines obtenidos en su vuelta al mundo.
Fue el dato de un baqueano lo que salvó la batalla. Le señaló a Lavalle donde despuntaba el cañadón. Lavalle veía que si no se hacía algo la batalla se perdía. Este dirigió a sus jinetes dando un giro que la caballería enemiga interpretó como reculada, al punto que hubo disparos al aire y revoleó de sombreros y morriones.
Cometieron el error de perseguirlos. Lavalle llegó al final del cañadón y tocó a degüello, tomando a los brasileños por sorpresa, desde un lugar insospechado. Lo que siguió fue lo de siempre cuando Lavalle atacaba, sables partiendo cuerpos en dos, lanzas rompiendo esternones.
Mariano Necochea
Es mi especulación que descansa en acciones como la liberación de Bouchard prisionero custodiado por royal marines de Cochrane en una fragata en la campaña del Perú. Necochea juntó unos granaderos copando el barco a los gritos y armados hasta los dientes, neutralizando a los guardias y poniendo a Bouchard a salvo. Fue una operación inconsulta, inspirada en la enorme injusticia que se cometía contra el corsario francés, al que Cochrane le había arrebatado los botines obtenidos en su vuelta al mundo.
Fue el dato de un baqueano lo que salvó la batalla. Le señaló a Lavalle donde despuntaba el cañadón. Lavalle veía que si no se hacía algo la batalla se perdía. Este dirigió a sus jinetes dando un giro que la caballería enemiga interpretó como reculada, al punto que hubo disparos al aire y revoleó de sombreros y morriones.
Cometieron el error de perseguirlos. Lavalle llegó al final del cañadón y tocó a degüello, tomando a los brasileños por sorpresa, desde un lugar insospechado. Lo que siguió fue lo de siempre cuando Lavalle atacaba, sables partiendo cuerpos en dos, lanzas rompiendo esternones.
Ya sin caballería la infantería imperial es castigada con la artillería de Iriarte. Alvear no da órdenes de persecución, no mueve la infantería que hasta ahora no había intervenido, pero Lavalle decide por el mismo.
Flanquea con Lavalleja al enemigo en retirada y encienden los pastizales que en pleno verano ardieron de inmediato. Los infantes caían con sus uniformes en llamas. Antes las constantes órdenes de Alvear para que retrocedan, Lavalle regresó no sin antes pasar por donde había caído Brandsen. Tomó las condecoraciones, el sable, su cartera y en ella un cuaderno de apuntes, recuperando el cuerpo que hoy descansa en Recoleta. Al llegar al campamento es reprendido por Alvear.
Juan Antonio Lavalleja
Tal era la confianza en su poderío que las fuerzas brasileñas traían una partitura, encontrada por los argentinos en un cofre después de la batalla, de una marcha que sería ejecutada para celebrar la victoria:
Hoy es la Marcha de Ituzaingó, que junto con el bastón de mando y la banda, es parte de los tres atributos presidenciales en Argentina.
Las banderas brasileñas capturadas fueron devueltas por Urquiza tras la Batalla de Caseros, el 3 de febrero de 1852, donde luego de la derrota de Rosas fuerzas imperiales brasileñas desfilaron por Buenos Aires.
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